La nube triste
En el rincón más alto del cielo, donde el azul se mezcla con el blanco como si fueran acuarelas, vivía una nube pequeña llamada Nila. No era grande ni esponjosa, como las que todos admiraban. Tampoco tenía forma de dragón, de oveja o de corazón, como las nubes que flotaban con gracia sobre los campos. Nila era más gris que blanca, y además… siempre tenía ganas de llorar.
Cada vez que se miraba reflejada en el lago, suspiraba:
—¿Por qué no puedo ser brillante como el sol? ¿Por qué mi forma no hace reír a los niños? ¿Por qué lloro tanto?
Las otras nubes, sin querer, la hacían sentir peor.
—¡Otra vez estás húmeda! —le decía Nubia, una nube elegante y orgullosa—. Vas a arruinar el desfile del cielo.
Así que Nila decidió apartarse. Flotaba sola, lejos del campo, del mar, de los pueblos. No quería molestar a nadie con su tristeza. Pero algo estaba por cambiar.
Durante semanas, el mundo debajo del cielo sufrió un calor extraño. Las flores se marchitaban, los árboles bajaban sus hojas, los animales jadeaban buscando sombra. El pasto se volvió amarillo, y los ríos eran hilos de agua cansados.
El Sol intentaba no brillar tanto, pero no podía hacer más. Los granjeros miraban al cielo con preocupación.
—¡Ojalá lloviera un poco! —decía una niña mientras regaba una flor seca con el agua de su botella.
Desde lo alto, Nila escuchó esa súplica. Sintió algo en el corazón… algo distinto a la tristeza. Era compasión. Decidió acercarse lentamente, aunque temía ser rechazada.
—Si no sirvo para ser bonita, al menos puedo ayudar —dijo con decisión.
Y entonces… dejó caer sus lágrimas. Primero suaves, como suspiros. Luego firmes, como notas de tambor. La lluvia mojó la tierra, llenó los ríos, limpió las hojas, refrescó los tejados. Los niños salieron a jugar, saltando en los charcos, bailando bajo el agua.
—¡Es la nube buena! —gritaban riendo—. ¡La que trae vida!
Los animales cantaban, las flores se abrían, y hasta el sol sonreía desde lejos.
—Gracias, Nila —dijo el Sol—. Sin ti, no habría vida en la tierra.
Nila no podía creerlo. Su llanto no era algo malo. ¡Era un regalo! Desde aquel día, ya no se sintió triste cuando lloraba. Sabía que su lluvia era esperanza.
Volvió a flotar entre las demás nubes, no para competir con ellas, sino para acompañarlas. A veces brillaba el sol, a veces caía su lluvia… pero todos sabían que sin Nila, el mundo no sería el mismo.
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